jueves, 27 de octubre de 2011

Paracelso: Las 7 reglas para una vida con sentido

Paracelso
“La suerte no existe y el destino depende de los propios actos y pensamientos”

“Cuando el alma está fuerte y limpia, todo sale bien.”

“Jamás creerse solo, ni débil.”

“El único enemigo a quien se debe temer es a uno mismo.”

“El miedo y la desconfianza en el futuro son madres funestas de todos los fracasos, atraen las malas energías y con ellas el desastre”

Paracelso, el médico, alquimista, viajero y erudito heterodoxo, dejó formuladas 7 reglas para una vida con sentido que se adelantan significativamente a su tiempo.

O mejor dicho, que confirman que los antiguos conocían perfectamente la relación entre cuerpo y psique mucho antes que la moderna psicoinmunologìa demostrase los efectos bioquímicos de las emociones en nuestra salud.

En sus reglas, Paracelso habla de una salud holística, de la importancia de los pensamientos positivos y de estar conectados con nuestro interior, del valor del silencio y la discreción, como también afirmaba Sócrates en sus tres tamices, de la confianza en la Vida y por supuesto, de ser buenas personas.

Sabias palabras del siglo XV, perfectamente aplicables al mundo del siglo XXI



1. Lo primero es mejorar la salud

Decía que para ello hay que respirar profunda y rítmicamente al aire libre, llenando bien el abdomen. Beber diariamente en pequeños sorbos, dos litros de agua, comer muchas frutas, masticar los alimentos del modo más completo posible, evitar el alcohol, el tabaco y la automedicación, así como bañarse diariamente.


2. Desterrar absolutamente del estado de ánimo, por más motivos que existan, toda idea de pesimismo, rencor, odio, tedio, tristeza, venganza y de pobreza.

O sea, para ello debe huirse, como de la peste, de toda ocasión de tratar a personas maldicientes, viciosas, ruines, murmuradoras, indolentes, chismosas, vanidosas, vulgares, o que la base de sus ocupaciones y conversaciones sean tópicos no éticos ni morales. Esta regla es de importancia decisiva, por cuanto se trata de cambiar la contextura espiritual del alma. La suerte no existe y el destino depende de los propios actos y pensamientos.


3. Hacer todo el bien posible

Esto es, auxiliar a todo desgraciado siempre que se pueda, pero jamás tener debilidades por ninguna persona. Cuidar las propias energías y huir de todo sentimentalismo hueco.


4. Olvidar toda ofensa, más aún: esforzarse por pensar bien siempre

Por ejemplo, todos los grandes seres se han dejado guiar por esa suave voz interior. Hay que destruir todas las capas superpuestas de viejos hábitos, pensamientos y errores que enmascaran la profunda esencia del ser, que es perfecta.


5. Recogerse todos los dias, por lo menos media hora, en donde nadie pueda perturbar

Explica que eso fortifica enérgicamente el cerebro y pone en contacto con las buenas energías. En ese estado de recogimiento y silencio, suelen surgir a veces ideas luminosas, que con el tiempo uno se llega a percatar que fueron un elemento fundamental para la solución de problemas. Y es que ellas brotan de esa dimensión profunda y honda del ser humano a la que Sócrates llamaba daimon.


6. Guardar silencio de todos los asuntos personales

O sea, abstenerse, como si se hubiese hecho un juramento solemne, de referir a los demás, todo cuanto se piense, se oiga o se descubra, hasta tanto se verifique, compruebe o se tenga la completa certidumbre.


7. Jamás temer a los seres humanos, ni que inspire sobresalto la palabra “mañana”

Decía Paracelso, que cuando el alma está fuerte y limpia, todo sale bien. Jamás creerse solo, ni débil. El único enemigo a quien se debe temer es a uno mismo. El miedo y la desconfianza en el futuro son madres funestas de todos los fracasos, atraen las malas energías y con ellas el desastre. Si se estudia atentamente a las personas triunfadoras, se verá que intuitivamente observan gran parte de las reglas que anteceden. Por otro lado, la riqueza no es sinónimo de dicha. Puede ser uno de los factores que conduzcan a ella, por el poder que ofrece para hacer buenas obras; pero la dicha más duradera solo se consigue por otros caminos; allí donde nunca impera el antiguo Satán de la leyenda, cuyo verdadero nombre es egoísmo. Jamás debe quejarse uno de nada, hay que dominar los sentidos; huir tanto de la autocompasión como de la vanidad. La autocompasión sustrae fuerzas y la vanidad las paraliza



Philippus Aureolo Bombastus Teofrasto von Hohenheim, más conocido por el nombre que él mismo se puso, Paracelso, debió ser una persona… incómoda. Fue el típico personaje que lo cuestiona todo, que no se cree nada que no vea por sí mismo, y que tiene esa arrogancia que, a veces, va unida a la genialidad…

Nació sobre Diciembre de 1493 en Suiza, hijo de un médico acomodado y de la directora del hospital local. Desde muy joven, el futuro médico se acostumbró a oír hablar de los fundamentos de la química, que luego aplicaría en su desarrollo profesional. Con 14 años, el joven Teofrasto se unió a los jóvenes que iban de ciudad en ciudad buscando una universidad que saciara su ansia de conocimiento.

Basilea, Tubinga, Viena, Colonia… muchas fueron las ciudades que vieron pasar a este joven inquieto, con ganas de no dar tregua a su voluntad de conocer por sí mismo los secretos de la medicina. Pero nada satisfacía al alumno suizo: ni los tratados de Avicena, el gran médico árabe, ni la sabiduría proveniente de Galeno, el médico romano…

Paracelso se dio cuenta que entre los atanores de los alquimistas, en las consultas de los brujos, y en los hechizos de las brujas, se encontraban a veces secretos curativos que los médicos del status quo ni conocían, ni conocerían nunca por sus anteojeras ideológicas.

En un mundo donde la cirugía se circunscribía al ámbito de los barberos, ya que los médicos consideraban que era un trabajo manual desagradable, o donde términos básicos como la higiene o la buena alimentación estaban todavía en pañales, una mente preclara como la de Paracelso no podía sino rebelarse… y buscar en sitios “diferentes”.

Así, y tras doctorarse, siguió con su peregrinaje que le llevaría a visitar Persia, Egipto, Constantinopla… y a servir como médico en tres ejércitos. Fruto de su propia experiencia, escribió la que sería su obra más importante, “El gran libro de la cirugía“.

En nuestro autor abundan las alusiones a espíritus de la naturaleza, y es básica las inclusión de los cuatro elementos clásicos, aire, tierra, fuego y agua, a la hora de su análisis de la medicina y la realidad.

Astrólogo consumado, creyó firmemente en las interacciones entre el macrocosmos y el microcosmos, al punto de afirmar que “no se puede ejercer la medicina sin mirar a los astros“.

Su rebeldía ante el conocimiento establecido le llevó a quemar libros de Avicena y Galeno, entre otros, delante de la Universidad de Basilea…

Después de una vida azarosa, Paracelso murió joven, en 1541, en Salzburgo, y en circunstancias cuanto menos misteriosas. Tenía muchos enemigos propiciados por su tenaz oposición a la medicina reconocida de su época, y seguramente le pasaron factura.

Uno de sus legados más famosos han sido las “Siete reglas para una vida con sentido” donde demuestra una visión holística y moderna de la salud.

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